Sucedió en una ocasión en una estación de montaña, en el césped de un gran hotel. Tres ancianas jugaban a las cartas.
Una cuarta se aproximó y preguntó si podía unirse a ellas.
-Claro está, desde luego, pero hay unas cuantas reglas.
Y le alargaron una cartulina con una lista de cuatro reglas.
-Claro está, desde luego, pero hay unas cuantas reglas.
Y le alargaron una cartulina con una lista de cuatro reglas.
La primera era:
Nunca hablar de abrigos de visón, porque todas tenemos.
Segunda:
Nunca hablar de nietos, porque todas somos abuelas.
Tercero:
Nunca hablar de joyas, porque todas contamos con joyas maravillosas compradas en las mejores tiendas.
Y cuarta:
Nunca hablar de sexo: ¡lo que pasó, pasó!
Y todo el mundo aburre a todo el mundo.
Y si toleráis a los aburridos es porque hay un entendimiento mutuo: si os están aburriendo, entonces permitirán que vosotros les aburráis con las mismas historias. Lo único que hacéis es esperar a que acaben con su exhibición, para que vosotros podáis empezar con la vuestra.
Y así toda la vida se convierte en una exhibición falsa y continua.
¿Adónde llegáis con ello?
A tener la falsa sensación de que sois importantes, extraordinarios.
¿Cómo puede ser alguien extraordinario por tener abrigos de visón?
¿Cómo puede ser alguien extraordinario por tener joyas muy valiosas?
¿Cómo puede ser alguien extraordinario por hacer esto o lo otro?
Lo extraordinario no tiene que ver con lo que hacéis, sino con quiénes sois.
Y ya sois extraordinarios; todo el mundo es único, no es necesario demostrarlo.
Si se intenta demostrar, entonces se acaba demostrando lo contrario.
Si algo ya es lo que es,
¿cómo podéis demostrarlo?
Si tratáis de hacerlo, simplemente demostráis que no sois conscientes de la singularidad que ya sois.
Osho