He oído que…
Un hombre detuvo su automóvil en la profundidad del bosque y empezó a mostrarse muy cariñoso con la mujer que estaba sentada a su lado.
Pero la mujer le dijo:
“Para. En realidad no sabes quién soy. Soy una prostituta, y mi precio son cincuenta dólares”.
El hombre le dio cincuenta dólares a la mujer e hizo el amor con ella. Cuando acabó se quedó sentado en silencio al volante sin moverse.
La mujer preguntó:
“¿Bueno, y ahora a qué esperas? Se está haciendo tarde y quiero regresar a casa”.
Y el hombre dijo:
“Lo siendo, pero tengo que decírtelo. Soy taxista… y la tarifa de regreso son cincuenta dólares”.
Esto es lo que ocurre en tus relaciones amorosas: unos son prostitutas y otros taxistas.
Es un negocio, es esto por aquello. Es un conflicto continuo. Es por eso que las parejas se pelean continuamente.
No pueden separarse el uno del otro; aunque sigan peleándose no se pueden separar.
De hecho ese es el motivo por el que se pelean: para que ninguno se separe.
No pueden sentirse cómodos porque si se sienten cómodos estarán perdidos y el otro explotará aún más: esa es toda su base.
Una vez que te das cuenta entiendes toda la miseria del matrimonio.
Uno se pregunta por qué la gente no se separa si no es feliz con el otro.
¡No se pueden separar!
No pueden vivir juntos ni tampoco separados.
De hecho, la misma idea de la separación crea el conflicto.
Se mutilan el uno al otro para que el otro no pueda escapar, aunque él o ella quieran escaparse.
Cargan al otro con tales responsabilidades, tales moralidades, que aunque sea el otro el que se separe, él o ella se sentirá culpable; le dolerá en su propia consciencia, le escocerá y sentirá que ha hecho algo malo.
Y juntos, lo único que hacen es pelear. Juntos, lo único que hacen es regatear el precio.
Osho
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