Un fanfarrón le está contando a un amigo que tiene tres coches y un montón de cosas más. Cuando encima le dice que mantiene a dos amantes en Nueva York pero que ha dejado embarazada a su secretaria, increíblemente guapa y apasionada, y que tiene que llevarse en el viaje de negocios a Río de Janeiro, para los Carnavales, a la mecanógrafa, una rubia impresionante, quien lo escucha se pone a jadear de repente, se da un tirón a la corbata y sufre un ataque al corazón.
El fanfarrón interrumpe la historia, le da unas palmaditas en la espalda a la víctima y un vaso de agua y le pregunta solícito qué le ocurre.
—No puedo evitarlo —responde el hombre—. Soy alérgico a las gilipolleces.
MÁS VALE MANTENER ESAS GILIPOLLECES EN SECRETO, porque la gente es alérgica, pero en cierto modo está bien que hayas sacado a la luz lo que piensas.
Si te consideras especial, tú mismo te buscarás la desdicha. Si te consideras superior a los demás, más inteligente que los demás, lograrás un ego muy fuerte. Y el ego es veneno, veneno puro.
Y cuanto más egoísta eres, más te duele, porque es una herida. Cuanto más egoísta, más separado de la vida. Te desligas de la vida; ya no sigues la corriente de la vida y te conviertes en una roca en mitad del río. Te vuelves frío como el hielo, pierdes todo el calor, todo el amor.
Una persona especial no puede amar, porque
¿dónde va a encontrar a otra persona especial?
ME HAN CONTADO LA HISTORIA de un hombre que permaneció soltero toda la vida, y cuando estaba moribundo, a la edad de noventa años, alguien le preguntó:
—Has estado soltero toda la vida, pero nunca has explicado por qué. Ahora que vas a morir, por lo menos satisface nuestra curiosidad. Si guardas algún secreto, ahora puedes contarlo, porque te estás muriendo. Incluso si el secreto sale a la luz, ya no importa.
El moribundo respondió:
—Sí, hay un secreto. No es que esté en contra del matrimonio, sino que buscaba a la mujer perfecta. Busqué por todas partes, y así se me pasó la vida.
Quien le había preguntado antes insistió:
—Pero en esta tierra tan grande, con tantos millones de habitantes, la mitad son mujeres. ¿No encontraste ni a una sola mujer perfecta?
Una lágrima rodó por la mejilla del moribundo. Contestó:
—Sí, encontré a una.
El otro hombre se quedó perplejo. Dijo:
—Entonces ¿qué pasó? ¿Por qué no te casaste?
Y el anciano respondió:
—Porque aquella mujer estaba buscando al marido perfecto.
Osho-"El libro del Ego"