Una vieja solterona falleció y sus dos viejas amigas acudieron a un cincelador para encargarle una lápida.
—¿Y qué mensaje les gustaría poner en la lápida? -preguntó el cincelador.
—Bueno -dijo una de las solteronas-, en realidad es muy simple. Nos gustaría: «Llegó virgen, vivió virgen y murió virgen».
—Sepan, señoritas -replicó el cincelador-, que podrían ahorrarse mucho dinero poniendo simplemente: «Devuelta sin abrir».
La mayoría de las personas vuelve sin abrir; pero nadie es responsable salvo ellas mismas.
—¿Y qué mensaje les gustaría poner en la lápida? -preguntó el cincelador.
—Bueno -dijo una de las solteronas-, en realidad es muy simple. Nos gustaría: «Llegó virgen, vivió virgen y murió virgen».
—Sepan, señoritas -replicó el cincelador-, que podrían ahorrarse mucho dinero poniendo simplemente: «Devuelta sin abrir».
La mayoría de las personas vuelve sin abrir; pero nadie es responsable salvo ellas mismas.
OSHO
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